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De: Mirta Cristina Rodríguez Corderí <mirtacristinarodriguez@gmail.com>
Título: "Territorio fuera de toda brújula": Borges, Cortázar y el ciberespacio
Fecha: Sun, 21 Feb 2010 18:13:13 -0200
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?Territorio fuera de toda brújula?: Borges, Cortázar y el ciberespacio

Christopher Rollason, Ph.D ? Metz, Francia

Ponencia dictada en el I

Congreso de Literatura Fantástica y de Ciencia Ficción
Universidad Carlos III de Madrid, 6 a 9 de mayo de 2008

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?Allí, en ese territorio fuera de toda brújula usted y yo estamos mirándonos?
Julio Cortázar, ?Botella al mar? (1980)


Es ya una hipótesis consabida, al menos en determinados medios literarios y cibernéticos, que entre los más distinguidos y elocuentes precursores de Internet y del universo de las redes se encuentran dos preclaros escritores argentinos, a saber Jorge Luís Borges y Julio Cortázar. La propia Telaraña Mundial ha sido calificada por su creador, Tim Berners-Lee, como ?el universo de información alcanzable por las redes, una plasmación del conocimiento humano? . Esta dinámica totalizante y universalizante del ciberespacio tiene, según cierta escuela crítica ya implantada, visibles antecedentes literarios. En las ficciones de Borges y en los relatos de Cortázar, como igualmente en la novela cortazariana Rayuela (1963), se han identificado rasgos determinantes de lo que iba a conformarse como el ciberespacio, como el laberinto, la memoria omnívora, la delirante proliferación de significantes,la comunicación cosmopolita, las agrupaciones especialistas y sectarias, y, tal vez sobre todo, la creación de un universo paralelo que entra en competencia con el mundo familiar hasta el punto de erguirse en alternativa y substituto de éste. Se daría, de este modo, en la obra de ambos autores una prefiguración de múltiples facetas del universo de comunidades virtuales evocado por un apóstol del ciberespacio como Manuel Castells , o del mundo allanado (flat world) que pregona el guru de la mundialización Thomas Friedman .

Así, buen número de ficciones de Borges, entre ellas algunas de las más conocidas, han sido leídas como vaticinando una u otra característica de la Gran Telaraña como la conocemos hoy . Es significativo que muchos de estos textos, incluso cuando señalan los peligros del universo de las redes, hayan encontrado su primera (paralela o hasta única) publicación en la misma Internet. Para citar a la universitaria brasileña Leyla Perrone-Moisés (2007), el fabulista argentino sería, en la totalidad de su obra, ?profeta de la Web, rehén del presente?. Según el periodista español Ignacio Ramonet (1999), redactor principal del prestigioso Le Monde Diplomatique, en ?La Biblioteca de Babel? veríamos un emblema de la hiperproliferación de materia textual, gran parte de ella totalmente inútil, en la anarquía del ciberespacio ; mientras que paralelamente, tanto Umberto Eco (1999) como el estudioso brasileño Virgílio Augusto Fernandes Almeida (2001) argumentan que la memoria indiscriminadamente abarcativa que imagina Borges en ?Funes el Memorioso? es una prefiguración de semejante memoria amorfa y amenazadora, pero esta vez colectiva, aquélla que se concretiza en la Red . Otro brasileño, el periodista Janer Cristaldo (2008), retoma el cuento ?El Aleph? y su imagen de un espacio energético concentradamente totalizador, como profecía literaria, aunque según él no la primera, de la hiperextensión de Internet . Para el irlandés Davin O?Dwyer (2002), el universo paralelo de ?Tlön, Uqbar, Orbus Tertius,? que se va substituyendo paulatinamente por la realidad conocida, sería una premonición, más bien antiutópica, del ciberespacio: ?Substitúyanse ?ciberespacio? o ?La Red? por ?Tlön?, y tenemos una visión, distópica y mcluhaniana, de los peligros de nuestra sociedad de las redes, advirtiendo contra el cada vez mayor empañamiento de las fronteras entre lo ?real? y lo ?virtual??. La impresionanteprolepsis borgeana se resume en un trabajo del norteamericano Douglas Wolk, publicado en 1999 en la emblemática revista electrónica Salon, en el cual el autor afirma que en ?El jardín de senderos que se bifurcan? el laberinto sería la Red, el objeto de culto de ?El Zahir? equivaldría al navegador Internet Explorer, el comercio electrónico vendría prefigurado en ?La lotería en Babilonia?, y, en definitiva, el relato borgeano como tal, con sus infinitas imbricaciones, sería un embrión del universo del hipertexto y de los enlaces, siendo la propia Telaraña ?el mayor y más invisible de los laberintos de Borges? .

En cuanto a la obra de Julio Cortázar, e independientemente de que el argentino nacido en Bruselas sea encarado o como fiel secuaz de Borges o escritor de plena originalidad, la crítica ha llegado, si bien de forma menos proficua, a semejante posición sobre su papel de prefiguración de las redes. Afirmó el propio Borges de Cortázar, en 1988, que sus cuentos dan a luz a ?un mundo poroso en el que se entretejen los seres?; paralelamente, es el narrador de Rayuela quien alaba a Borges como exponente de la ?teoría de la comunicación? : así, Borges y Cortázar se sitúan mutuamente como creadores de redes . Sobresalen, además, ciertas semejanzas entrelas cosmovisiones de ambos autores: si José Saramago opinó en 1999 que Borges creó una literatura ritual anunciando un mundo también hecho de rituales , para el escritor uruguayo Omar Prego (1985) la literatura en Cortázar es ?una especie de substitución de la realidad? . Los dos argentinos comparten una actitud cultural enciclopédica y omnívora que hace que sus obras hoy se parezcan a una miniatura de la inmensa biblioteca de la Red: así, es siempre Omar Prego quien ve en Cortázar a ?un argentino que había incorporado a su cultura todo lo que Europa puede ofrecer? , mientras, paralelamente, para Harold Bloom (1994) la obra de Borges ?ha asimilado el entero Canon Occidental, y aun más? . De un modo más radical, argumentó en 1999 Froilán Fernández, periodista venezolano, que ?Borges y Cortázar sobresalen en la escena latinoamericana como innovadores de la literatura no lineal; lo que se adelanta a la implementación electrónica del hipertexto?, señalando que ?después de probar con una narrativa circular en el cuento ?Continuidad de los parques?, Cortázar ofrece varias secuencias posibles de lectura en Rayuela? . Este argumento viene repetido desde la Universidad chilena por Álvaro Cuadra, quien, en 2005, calificó la misma novela (o ?postnovela?) Rayuela de ?texto paradigmático en cuanto prefigura las posibilidades hipertextuales? y privilegia la discontinuidad, lo fragmentario y la lectura interactiva, observando a la vez que en este libro Cortázar se sirve, proféticamente, de las imágenes de bitácora y telaraña .

Seguramente, hay cuentos de Cortázar cuyo imaginario ofrece paralelismos visibles, o hasta enlaces vaticinadores, con el ciberespacio. En ?Manuscrito hallado en un bolsillo?, texto centrado en el metro parisiense, las relaciones humanas se encuentran supeditadas a los esquemas arbitrarios ideados por el protagonista para ?captar? a las mujeres que vislumbra en los trenes del metropolitano. El tema de ?Casa tomada? es la invasión, tan paulatina como inevitable, de la realidad cotidiana por otra, abrumadora y totalizante, que acaba por substituirse por ella, hasta el momento en que el apartamento haya pasado por fin a ser ya no nuestro sino de ellos. Otro relato curiosamente premonitorio, ?Las caras de la medalla?, tiene como telón de fondo un lugar tan privilegiado para la historia cibernética como los laboratorios del CERN, el muy famoso Consejo Europeo para la Investigación Nuclear (Conseil Européen pour la Recherche Nucléaire) en Ginebra donde, más tarde y en el mundo real, a partir del año 1990 Tim Berners-Lee había de desarrollar la Gran Telaraña Mundial. El cuento es una exploración irónica de desamor e incomunicación en un universo cosmopolita y ecléctico, el de los científicos internacionales, que ya se parece al de Internet, pero es la ubicación en el CERN, hoy emblema de transformación planetaria y relacional, la que asusta al lector de la generación de las redes. Incluso surge con fuerza, de las páginas de este prefigurador relato, el vocablo ?telaraña?: ?la obligación de coexistir tantas horas por semana fabrica telarañas de amistad? .

En este orden de cosas, la segunda parte de esta ponencia se dedicará al análisis más pormenorizado de dos cuentos cuya posible relación con el mundo cibernético parece no haber sido enfatizada por la crítica: ?El Congreso?, ficción relativamente tardía de Borges del año 1971 , y ?Queremos tanto a Glenda?, relato de Cortázar publicado en 1980 .

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En ?El Congreso?, Borges inventa una agrupación secreta, supuestamente constituida a comienzos del siglo XX, que llega a integrar a iluminados de múltiples proveniencias hasta devenir en ?una entidad que abarca el planeta? (36) , asumiendo rasgos que la hacen parecerse extrañamente a Internet. Pudiérase hablar de secta, como en otros textos borgeanos como ?La secta del Fénix? , pero aquí el discurso no es de índole teológica, y sería más correcto referirnos a un esbozo de sociedad paralela. El narrador es un argentino llamado Alejandro Ferri, ya de edad avanzada en el momento de narrar, profesor de inglés oriundo de la provincia que ejerce en Buenos Aires; el fundador, uruguayo de origen escocés, lleva el nombre de don Alejandro Glencoe, así constituyéndose en cierto modo como doble del narrador. Las conexiones de los dos con la cultura anglófona plantean el papel, internacional pero a la vez uniformizante, de lo que Ferri denomina el ?el infinito idioma inglés? (45). También el nombre Alejandro sugiere la ilustre Biblioteca de Alejandría, precursora de aquella otra, borgeana, de Babel. Glencoe reside en Buenos Aires pero es también dueño de una finca en su país natal, en una zona ?que lindaba con el Brasil? (34), encontrándose en la intersección de tres países del Cono Sur, lo cual, sumándose a sus orígenes europeos, lo constituye como un ser a la vez muy latinoamericano y muy cosmopolita . Ferri, el otro Alejandro, ?modesto hombre gris ? que hilvana estas líneas? (27) se presenta como el único sobreviviente de la agrupación, pero a la vez se contradice al afirmar su eternidad y universalidad: ?Soy ahora el último congresal. Es verdad que todos los hombres lo son, que no hay un ser en el planeta que no lo sea, pero yo lo soy de otro modo? (29).

El narrador Ferri se da cuenta de la existencia ?del Congreso, que siempre tuvo para mí algo de sueño? (33) a través de un amigo poeta que logra introducirlo en el grupúsculo de ?quince o veinte? (31), el cual suele reunirse cada sábado. La mayoría son blancos de sexo masculino y sin duda nutridos burgueses bonaerenses, pero hay al menos una dosis de universalidad en la presencia de una (sola) mujer y de ?un pastor protestante, dos inequívocos judíos y un negro? (32), además de otro sujeto de origen anglosajón, ?Donald Wren, un ingeniero del Ferrocarril Sud? (33), cuya participación conecta al grupo con el mundo de la tecnología. Con el tiempo, la estructura va internacionalizándose: ?Llegaban adhesiones del Perú, de Dinamarca y del Indostán? (36), y ensanchándose con ?continuas ampliaciones?: ?Es como estar en el centro de un círculo creciente, que se agranda sin fin, alejándose? (39). En ambos estos aspectos, el Congreso se comporta de una forma que lo asemeja mucho a la futura Red. Llega el momento en que ?el Congreso no podía prescindir de una biblioteca? (39), y a partir de entonces la naturaleza omnívora de la organización se vuelve patente: la biblioteca pasa a integrar ?diversas y extensas? obras de referencia, desde Plinio o los enciclopedistas franceses hasta la Britannica e incluso ?los sedosos volúmenes de cierta enciclopedia china? (39).

El espíritu cosmopolita, enciclopédico y expansionista de la telaraña que van urdiendo los congresales se plasma en una imagen inquietante cuando Don Alejandro invita a su homónimo a visitar su estancia de Uruguay, llamada ?La Caledonia?, donde se va construyendo el cuartel general del Congreso. Para el visitante, es un espacio perturbante: pese a su nombre escocés, la finca resulta ser un fenómeno muy del Cono Sur, un encuadre que mezcla características uruguayas y brasileñas. Los albañiles chapurrean ?un gangoso español abrasilerado? (42), así creando una confusión de lenguas, y Ferri confiesa: ?Acaso alguna tarde o alguna noche estuve en el Brasil, porque la frontera no era otra cosa que

una línea travesada por mojones? (43-44). Mientras tanto la quinta con sus obras se asemeja cada vez más a la bíblica torre de Babel: las obras surgen a los ojos de Ferri como ?una suerte de anfiteatro despedazado ? unos andamios y unas gradas que dejaban entrever espacios de cielo? (42) ? desconcertante simulacro del edificio faraónico e inacabado de Génesis, tal como lo soñaron los Breughel en sus famosos cuadros babélicos. A la vez, lógicamente

, si el relato borgeano evoca el Babel primordial, no puede dejar de recordar simultáneamente, en una muy consciente autocitación, ese otro Babel, posterior, que es la célebre hiperbiblioteca borgeana, pues, efectivamente, la biblioteca del Congreso pretende abarcar ?las obras clásicas de todas las naciones y lenguas? (44).

Persiguiendo esta meta de la biblioteca absoluta, Ferri se desplaza a Londres (otra vez impera la cultura anglosajona), y allí frecuenta diariamente la biblioteca del Museo Británico, cazando el fantasma de una lengua universal, ?un idioma que fuera digno del Congreso del Mundo? (46). A su vuelta, descubre que la biblioteca del Congreso se ha hecho cada vez más extensa y heterogénea, abarcando desde colecciones completas del diario La Prensa hasta ?tres mil cuatrocientos ejemplares del Quijote? (48), pero que la obra de la finca está parada: ?los albañiles habían interrumpido el trabajo? (49). Es el inicio del fin, como lo indican tanto el fracaso de la búsqueda de una lengua única como la torre inacabada: esta segunda biblioteca de Babel nunca se completará, y así no es de extrañar cuando Alejandro Glencoe manda quemar todos los libros, mientras otro congresal observa: ?Cada tantos siglos hay que quemar la Biblioteca de Alejandría? (51).

La empresa parece haber fracasado rotundamente: el Congreso se desagrega, la quinta se vende, y si una vez Ferri y un ex-congresal se cruzan por la calle, ?fingimos no habernos visto? (52). La creación de un organismo cosmopolita e iniciático consagrado al saber universal y la superación de las barreras nacionales y lingüísticas se ha quedado en nada. Esta torre de Babel no la ha derribado ningún dios castigador, sino las manos de su propio creador humano, como si ser humano significara reconocer lo incompleto como condición limitadora e insoslayable. Y no obstante, permanece la idea del Congreso como sueño y posible logro de la universalidad. Afirma Don Alejandro que ?La empresa que hemos acometido es tan vasta que abarca ? ahora lo sé ? el mundo entero? (51); confirma Alejandro Ferri que ?nuestro plan .. existía realmente y era el universo y nosotros

? (54).

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Si en este cuento de Borges tenemos una dialéctica irresoluta entre utopía y límites, universalidad y localismo, lo que sobresale es la imagen de un grupo de iniciados unidos por su fe en la comunicación, así esbozando el universo de las comunidades virtuales. Parecido fenómeno se da en el relato de Cortázar, ?Queremos tanto a Glenda?, narración que también gira alrededor de un grupúsculo iniciático y que abarca tanto una aguerrida argentinidad como el internacionalismo (o hasta imperialismo) de la cultura anglosajona. No obstante, el universo cortazariano se revela, aquí como en otros muchos de sus relatos, como más tenebroso y menos racional que el borgeano, pues aquí la creación de comunidades utópicas asume unos rasgos más bien destructores. Este relato espeluznante retrata a una sociedad secreta de admiradores de Glenda Garson, ficticia actriz inglesa que se parece visiblemente a la real Glenda Jackson: una asociación de imaginaria gente unida por una fascinación común que, hoy, recordará ineluctablemente a uno de esos innumerables foros de discusión o newsgroups que pululan en la Red.

Aquí también la agrupación se constituye como grupúsculo en Buenos Aires, y el narrador (sin nombrar) es uno de sus ex-socios que cuenta su historia con retroactividad. El núcleo de admiradores se crea a través de ?las copas con los amigos después del cine? (299) . Se trata de hombres y mujeres amantes del cine en general, sea la europea de autor o la más comercial anglonorteamericana: ?admirábamos a Glenda y además a Anouk ? a Marcello, a Yves, ? a Dirk? (300), pero es con una actriz británica que se fascinan: así, Cortázar tanto como Borges deja visible la imprenta de la hegemónica cultura anglosajona, si bien esta vez no en el campo literario sino en el de la cultura visual y de masas . Como el Congreso borgeano (y como Internet), la agrupación cortazariana se extiende paulatinamente: ?el núcleo se fue dilatando lentamente ? y sentimos que crecía casi insoportablemente? pues ?éramos muchos los que queríamos a Glenda? (300). También como las futuras redes del ciberespacio, el nexo de glendianos comienza a adquirir personalidad propia y dinámica autónoma, al hallarse sus asociados unidos por misteriosos lazos, ?mecánicas no investigables? (300).

Continúa en ; Dos Mentes,  Idea y Media

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Mirta Cristina Rodríguez
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